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lo que sucede cuando hablamos

En estos meses he valorado como nunca la importancia del diálogo, es como si Dios me estuviera dando un curso sobre la necesidad de entablarlo, lo que sucede cuando no dialogamos, sus beneficios y lo fundamental para Su obra en el mundo. Y no estoy hablando del diálogo con él, que comunmente llamamos oración o del estudio de la Palabra, me refiero al diálogo entre hermanas y hermanos en Cristo.

Es tan fácil juzgar a otros cuando nos les escuchamos, que me asusta pensar la cantidad de veces que lo he hecho a la ligera, por antes no tomar el tiempo de saber lo que el otro/otra está pasando, pensando, sintiendo y luchando. Es tan fácil pensar que nuestra opinión es la única que importa o incluso pensar que sólo merecen hablar algunos, mientras a que otros los callamos o no les damos voz. ¿Qué me puede enseñar el niño o la niña sobre la fe? ¿Qué puedo aprender del estudiante que apenas y viene a la iglesia? ¿Cómo me voy a acercar al pastor y decirle que no estoy de acuerdo cuando él ya debería saber que las cosas no son así? ¿cómo una mujer pobre sin educación puede enseñar a un universitario?....

Y luego, el verdadero diálogo se produce cuando hay la disposición a escuchar, cambiar de opinión, dejar que nos cuestionen, sostener nuestros argumentos y también a dejar un lado las etiquetas para acercarnos al otro como prójimo y no como personificación de instituciones, ideales, filosofías, posturas o religión. Es decir, cuándo me dispongo a ver al de a lado, no como enémigo, sino como persona a quien puedo compartirle Vida y escuchar de él o de ella.

Nos cuesta tanto hacerlo, pero nos cuesta más no hacerlo. Pienso, si nuestras células de estudio bíblico son los espacios para sentirme cómoda entre amigos cristianos en la uni y sólo van los que comparten nuestras ideas, algo nos hace falta... Si los diálogos que entablamos no incluímos a aquellos a quienes queremos compartirles, no escuchamos sus quejas, ni vemos sus frustraciones, ¿cómo podemos acercarnos? COMPASIÓN, hermanos y hermanas es lo que nos falta a su Iglesia.

Hablar, dialogar, escuchar, poner atención requiere tiempo, sacrificio, dedicación, amor, entrega y lágrimas. Pero son rasgos de humanidad que vamos perdiendo. Son la imagen de Dios impresa en nosotros, de una trinidad que se comunica entre sí, que habla y entabla un diálogo con la obra de Sus manos. El mundo, sus poderes, sus fuerzas seductoras quieren esclavizarnos de nuevo, nos engañan con mil cosas que ver, escuchar, con qué entreternos, que no podemos siquiera escuchar al que duerme a nuestro lado. Nos han engañado, nos han dicho que es suficiente con fingir estar y nadie dice nada. Modelemos relaciones que se interesan, que en verdad aman, que en verdad dedican tiempo. Dejemos que Jesús nos enseñe lo que es ser-humano, que él nos dignifique y que le digamos al otro que importa, mientras en verdad le escuchamos.

Covencida estoy que si escucháramos más, hablaríamos menos, oraríamos más y haríamos lo que en verdad edifica.

Comentarios

  1. Muy fuerte pero real y oportuno.

    Gracias Ale, por compartir éste pensamiento y sentir.

    M.

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